Veinte
años después de la caída del Muro de Berlín, Mikhail Gorbachov graba un disco
en memoria de su esposa. Raisa Maximovna muere en 1999 mientras recibe tratamiento
contra la leucemia en Alemania, unificada 10 años antes gracias a su marido y
el canciller de la porción occidental, Helmut Kohl, con la venia de George Bush
tras las gestiones de su antecesor, Ronald Reagan, y el papa Juan Pablo II. El
padre de la perestroika (transformación) interpreta ahora siete de las diez
Canciones para Raisa con el músico ruso Andréi Makarévich. Son las favoritas de
ella. Son, en su voz cascada, el tributo a 45 años de matrimonio.
En
1992, los Gorbachov visitan a la Argentina. Le preguntan a él, con tono de broma,
si la mancha en su frente es un ingrato recuerdo de las palomas de la Plaza Roja. La mira a
Raisa y, finalmente, sonríe. Sobre su espalda carga el peso de la
desintegración de la
Unión Soviética : los rusos jamás van a perdonarle el sosiego
de las tropas soviéticas destacadas en Alemania Oriental mientras cae el Muro
de Berlín y, como fichas de dominó, se desencadena el final de los regímenes
comunistas de la órbita soviética, así como, ese año crucial, 1989, el retiro
de Afganistán.
Tampoco
van a convalidar el anuncio televisivo en el cual protesta un anciano por el
caos económico, se jacta un muchacho de las oportunidades y se alegra una mujer
de tener Pizza Hut en Moscú gracias a Gorbachov. Ni, años después, su
participación en la campaña publicitaria de Louis Vuitton, al igual que la
actriz francesa Catherine Deneuve y los tenistas André Agassi y Steffi Graf.
Todo
es parte del cambio. Lo precipita en 1986 el desastre nuclear de Chernobyl. Le
confía entonces Gorbachov a Raisa: "No podemos seguir así". Es el
secretario general del Partido Comunista. Trepa el palo enjabonado hacia la
presidencia soviética, eje de un imperio al borde del colapso. El sistema,
antes invulnerable, es ahora tóxico. La política de glasnost (transparencia)
destapa aquello que ha ocultado la propaganda. En el gobierno sustituye la Doctrina Brezhnev ,
basada en defender a regímenes afines en otros países, por la Doctrina Sinatra ,
basada en permitir que esos países se arreglen solos; en la voz de Frank
Sinatra, "a mi manera".
En
el 40° aniversario de la República Democrática Alemana, el 7 de octubre de
1989, queda en evidencia la soledad del régimen de Erich Honnecker, uno de los
pocos defensores de la masacre de Tiananmén, en Pekín; renuncia poco después.
En cuestión de semanas, el 9 de noviembre, cae el Muro de Berlín. Esa noche,
Gorbachov en persona evita que intervengan las tropas soviéticas apostadas de
ese lado del mundo, dividido desde el 12 de agosto de 1961. Kohl está de visita
oficial en Polonia; Bush es informado por el Consejo de Seguridad Nacional.
Todo
resulta tan sorpresivo que un solo de canal de la televisión norteamericana,
NBC, transmite en vivo y en directo las imágenes del desenlace. El planeta no
sale de su asombro. Es la respuesta al clamor popular. Es, también, el enigma
que no tendrá respuesta: What´s left? Tiene dos acepciones: ¿qué queda? y ¿qué
es izquierda?
En
el Este acuñan el término ostalgie (mezcla de Este con nostalgia). Definen con
ella la añoranza de la economía planificada, libre de un fenómeno tan novedoso
y abrumador como el desempleo. En palabras de Gorbachov, "el verdadero
logro que podemos celebrar es que el siglo XX marcó el final de las ideologías
totalitarias, en particular las inspiradas en creencias utópicas".
No
es el final de la historia ni el crepúsculo de las ideologías, pero, en el
apogeo de la globalización, reina el desconcierto. La gente se familiariza con
los líderes; acaso por el conjuro del poder, los líderes se apartan de la
gente. Europa ensaya con híbridos en busca de una marca. La encuentra en la
tercera vía, patentada por el director de la London School of
Economics and Political Science, Anthony Giddens. Con ella convence a Tony
Blair de fundar una corriente internacional de izquierda.
Eso
queda de la izquierda: un socialismo más apegado a lo real que a lo ideal. En
sus gobiernos, Blair no se diferencia de Margaret Thatcher y Bill Clinton
tampoco se diferencia de Reagan. Es de necios insistir con la utopía de Mayo
del 68. En ello convienen el primer ministro francés, Lionel Jospin, y el
canciller alemán, Gerhard Schröder. En 1999, Alemania enfrenta su primer reto
bélico desde la Segunda
Guerra Mundial: interviene en la represalia de la alianza
atlántica (OTAN) contra el líder serbio, Slobodan Milosevic, por la limpieza
étnica emprendida en Kosovo. Rubrica esa guerra el destino de Yugoslavia,
condenada a desmembrarse como la Unión Soviética.
Ese
año muere Raisa. El presidente ruso, Boris Yeltsin, se ve en un aprieto: la ha
criticado y ridiculizado. Es velada en el altar secular de la patria. Le
escribe a Gorbachov que ve en ella a su "amiga más fiel y devota". Le
dedica a Raisa su viudo, 10 años después, la canción Cartas viejas . Tan
viejas, quizá, como los sueños de libertad garabateados en el extinto y
vergonzoso Muro.
Por Jorge Elías
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