viernes, 8 de enero de 2016

SEÑALES DE PREOCUPACION Y ESPERANZA

En 2015 hubo muchas señales de desaliento. Presenciamos la implosión del Medio Oriente, con la expansión del Estado Islámico en la estela de la guerra civil de Siria y en Irak.

Este proceso se reflejó también en Africa, donde Libia se hunde en el desgobierno y los grupos radicales islámicos hacen del terrorismo una amenaza cada vez más difundida. En Europa, asustada con las oleadas migratorias, crecen los partidos xenófobos de ultraderecha.

Y en Estados Unidos, la resonante voz del empresario Donald Trump, uno de los candidatos republicanos a la presidencia, pone en riesgo los ideales de los padres fundadores del país, creado para ser la tierra de la libertad religiosa y de la aceptación de la diversidad.

No obstante, no todo fue desánimo. La Conferencia del Clima, celebrada en diciembre en París, da indicios de que gobiernos y empresas despertaron y percibieron que el calentamiento global es un hecho. Podemos criticar el acuerdo en uno u otro punto, pero da pasos concretos para la construcción de una economía baja en carbono.

Al César lo que es del César: El gobierno brasileño, con la ministra del ambiente Isabella Teixeira al frente, lo aceptó y empieza a ir al mismo paso en materia climática.

Tampoco hay que desconocer que el acuerdo con Irán, alcanzado en julio, representó un avance importante para contener la proliferación nuclear. Occidente, que desde hace tiempo dialoga con China, deberá continuar las negociaciones diplomáticas con los países musulmanes. Tendrá que reconocer los intereses de Irán en el Medio Oriente y la presencia de Rusia en la región, llevándola al diálogo diplomático e incluso al esfuerzo militar común.

Los vientos antipopulistas empezaron a soplar en América Latina. La derrota de los candidatos del Partido Peronista en Argentina y, sobre todo, la espectacular mayoría obtenida por la oposición democrática en Venezuela llenan de ánimos a quienes no confunden el populismo con el progresismo. Uruguay y Chile están gobernados por partidos “de izquierda” pero no populistas y a ningún demócrata se le ocurriría apostarle a su derrota solo por esa inclinación política.

Otra cosa es el autoritarismo seudonacionalista, que distribuye un ingreso que no se sustenta en el tiempo y atropella reglas democráticas, cuando no viola derechos humanos para perpetuarse en el poder. Ese es el caso, por ejemplo, del “bolivarianismo” de Venezuela que, como una plancha, estaba y todavía está clavada en el armazón institucional de la región. Ese populismo empieza a deshacerse. Son señales prometedoras.

La confusión entre el populismo y las políticas “de izquierda” se basa en un equívoco: que las medidas que propician una mejoría inmediata de las condiciones de vida son progresistas, aunque no puedan mantenerse en el tiempo. En cambio, se cree que son “de derecha” las disposiciones que impiden gastar más de lo que se puede a costa de endeudamiento e insolvencia.
En realidad, el respeto al equilibrio presupuestal, el control de la inflación y la no manipulación del tipo de cambio (sin austeridades eternas ni monetarismos pasados de moda) son condiciones indispensables para el crecimiento económico y la inclusión social. No son suficientes pero sí indispensables para que se mantengan las políticas sociales. Al ignorarlos, muchos proyectos supuestamente “en beneficio del pueblo” acaban en ruinas.

Mis votos para 2016 son para que esta brisa beneficiosa llegue al Brasil. Y así como deseo que la onda represiva y antimigratoria que alcanza a Europa y el populismo de derecha que asuela a Estados Unidos encuentren su límite, también espero que los populismos disfrazados de progresismo den marcha atrás en nuestra región.

Es difícil decir que el populismo es el traje institucional brasileño. Hay líderes que de vez en cuando se disfrazan con ese vestuario, empero, a veces tienen vinculaciones a la izquierda, a veces a la derecha, al centro o donde quiera que haya más puntos en un hipotético espacio ideológico.

La figura que en la historia política brasileña reciente más se ha acercado al modelo carismático, el expresidente Lula da Silva, no llegó a institucionalizar el populismo.
Prevaleció en Brasil una mezcla de “progresismo”, atraso, corrupción, nacionalismo, distribuismo, etcétera, con lazos empresariales no siempre saludables. Pero nada comparable con la ideología populista del peronismo o del bolivarianismo, que tienen fuertes rasgos de anticapitalismo y antiamericanismo.

Entre nosotros se rehabilitó un híbrido de oportunismo tradicional, clientelismo, corrupción e incompetencia, sin fórmulas ideológicas consistentes.

También eso está por deshacerse. Los desastres económicos llevaron las políticas del Partido de los Trabajadores (PT) a la imposibilidad práctica. Estas no se limitaron a beneficiar a los pobres, lo que sería defendible, sino que distribuyeron ventajas pecuniarias, a través del presupuesto o al margen de este, a quienes menos las necesitaban. Resultado: Las finanzas públicas están en situación de bancarrota.

Sin el encanto del populismo vigoroso y con las arcas vacías, ¿cómo mantendrá su hegemonía el PT? Es imposible. En los últimos meses de 2015 asistimos al desmoronamiento de la “base aliada” y a la caída vertiginosa del apoyo popular para el gobierno.

El desencuentro entre el ministerio de Hacienda, el gobierno y el Congreso aceleró el desmoronamiento político. Robaron tanto para apoyar a los partidos en el poder que suscitaron una reacción saludable e inédita. Algunas instituciones del estado se revigorizaron. Vemos a la justicia, las procuradurías e incluso a la policía federal tratando de extirpar a los que cometieron “daños”. Como prevalecen las reglas de la democracia, no impera el miedo y los medios de comunicación actúan con propiedad, informando lo que ocurre en los gabinetes.

Hay señales de esperanza.

Comencemos 2016 con ánimos, imaginando que por el mejor medio disponible (renuncia, recuperación del liderazgo presidencial en nuevas bases o, si es inevitable, una orden de impugnación del mandato o anulación de las elecciones) encontraremos los caminos de convergencia nacional, respetando la diversidad de opiniones, propiciando una vida más decente para todos, con la recuperación del crecimiento, el regreso del empleo y la reconstrucción de la política republicana.

Fernando Henrique Cardoso

http://www.elcolombiano.com/opinion/columnistas/senales-de-preocupacion-y-esperanza-MX3404529