La luz artificial
parece hoy un hecho e incluso un derecho, pero un repaso de la historia de la
lámpara, que hoy nos parece un objeto banal, muestra lo difícil de su evolución
y su alto valor simbólico desde el punto de vista social y religioso.
La luz artificial parece hoy un
hecho e incluso un derecho, pero un repaso de la historia de la lámpara, que
hoy nos parece un objeto banal, muestra lo difícil de su evolución y su alto
valor simbólico desde el punto de vista social y religioso.
Bajo esa perspectiva,
la lámpara, como pocos objetos, sirve para comprender mejor a las sociedades
que nos han precedido, así como el origen de nuestros hábitos cotidianos.
En un mundo como
el actual, en el que se da la paradoja de que más de 2.000 millones de personas
no tienen acceso a la electricidad mientras en otras partes del mundo su abuso
es fuente de contaminación, a lo largo de la historia la iluminación artificial
ha sido una cuestión de precio, de lugar y de impuestos.
No era la
lámpara en sí la que resultaba onerosa, sino el combustible o energía que
requería lo que ha representado, proporcionalmente, el gasto más grande.
El valor
sociológico, que más tarde también sería económico, de la iluminación
artificial tiene que ver con la profunda preocupación del ser humano por
prolongar sus actividades más allá de la caída del sol, sobre todo en las
latitudes donde anochece pronto en invierno.
La
exposición ginebrina se abre con las luminarias más arcaicas, como la antorcha o
el tizón, y con las primeras lámparas que funcionaban con grasa animal, que
aparecieron en la prehistoria, y que siguen siendo utilizadas por ciertas
poblaciones que por entornos adversos o falta de medios económicos no tienen
acceso a las formas modernas de iluminación.
La visita
prosigue hasta topar con el mayor descubrimiento del hombre en materia de
combustible natural: el aceite de oliva, de cualidades excepcionales y cuya
consistencia conlleva a la creación de la forma definitiva de la lámpara, cuya
exportación conquista rápidamente el Mediterráneo hasta el Mar Negro gracias a
fenicios y griegos.
Tras un
temporal repliegue en la época medieval hacia los combustibles y luminarias
producidas localmente, la lámpara de aceite reaparece en el siglo XV al descubrirse
las propiedades de iluminación del aceite de colza y de nabo.
La cera para
la fabricación de las velas era un producto elitista y propio de la Iglesia , por su elevado
precio y por el hecho de que sólo era producida en Europa, lo que la convirtió
en bien de exportación a largas distancias para suministrar a los mercados del
norte de África, Mesopotamia y Asia central.
Y no es sino
después de siglos de inmovilismo tecnológico que empieza la sucesión casi
desenfrenada de nuevas tecnologías, con luminarias de todas las formas y
características que evolucionan con los nuevos combustibles (petróleo, gasolina
y gas) y llevan la luz a calles, casas y transportes.
En la
primera década del siglo XX la lámpara eléctrica gana la batalla final sobre
las demás, pues hasta entonces lo único que se observaba eran sus desventajas:
costosa, de almacenamiento imposible y poco fiable.
A partir
del momento en que electricidad se impone para el alumbrado, y no solo para el
telégrafo, la historia ya es más conocida.
Isabel Saco
http://noticias.lainformacion.com/economia-negocios-y-finanzas/energia-y-recursos/la-historia-de-la-lampara-y-todo-lo-que-ella-dice-de-nosotros_sOZxFY
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