Siempre he creído que los colombianos somos ollas
de presión andando. Sin ningún inconveniente, podemos pasar de la solidaridad
absoluta, de empujar un carro en la calle si lo necesita, a lanzar una sarta de
improperios, amenazas y matar a alguien si en un momento determinado la ira
pudo más que la paciencia.
De la calma a la furia en cuestión de segundos,
como vimos en el comercial que se emitió el lunes en el debate de El Tiempo
entre Juan Manuel Santos y Óscar Iván Zuluaga, y que rápidamente fue tendencia en las redes
sociales al etiquetarse como #LaLocaDeLasNaranjas, una señora que está en una
tienda y empieza a decir que la única forma para que sus cuatro hijos tengan un
mejor futuro es la educación; el asunto es que, de repente, alza la voz, pierde
el control y remata su perorata lanzando una naranja.
Aquí desde chiquitos nos enseñan a ser buenos para los corrillos y para caldear los ánimos, para que el otro levante la voz y, de ser posible, le pegue al otro mientras no dejan de escucharse las rechiflas y empujones. Aquí siempre hay barra para gritar y provocar pero poco estamos acostumbrados a seguir conductos, quejas, exigencias formales. Las mismas instituciones han entendido muy bien esto, saben que el colombiano prefiere insultar antes que sentar precedentes. Y así entonces, muchos se desahogan con un: "Respéteme hijueputa", y pocos se vuelven expertos en exigir los derechos como debe ser.
Aquí desde chiquitos nos enseñan a ser buenos para los corrillos y para caldear los ánimos, para que el otro levante la voz y, de ser posible, le pegue al otro mientras no dejan de escucharse las rechiflas y empujones. Aquí siempre hay barra para gritar y provocar pero poco estamos acostumbrados a seguir conductos, quejas, exigencias formales. Las mismas instituciones han entendido muy bien esto, saben que el colombiano prefiere insultar antes que sentar precedentes. Y así entonces, muchos se desahogan con un: "Respéteme hijueputa", y pocos se vuelven expertos en exigir los derechos como debe ser.
Pero los corrillos no solo se ven en la calle, el
mismo debate del lunes puede ser una muestra representativa de nuestra absurda
idiosincrasia. Es evidente que Zuluaga es un tipo agresivo y Santos un
provocador. Ambos demuestran con sus posturas que cuando no hay argumentos
sólidos, o no se sabe qué decir, lo mejor es gritar y manotear, como lo hizo
Óscar Iván; o, en el caso de Juan Manuel, repetir la palabra que más puede
alterar a un oponente: "cálmese". Lo único que faltó fue que Roberto Pombo, que no supo manejar el debate, se acercara y dijera:
"El que toca mano toca cara", como decían en mi colegio, antes de que
se diera un golpe.
¿Cuándo será que aprendemos a debatir con
argumentos? ¿Cuándo será que exigimos algo, no a través de los gritos, sino de
la razón, del reconocimiento esencial de nuestros derechos? ¿Cuándo será que
los políticos nos respetan, le ponen seriedad a sus campañas? Dejen que las
ideas seduzcan más que el repudio. ¿Será mucho pedir?
Los buenos estadistas no
dejan estas cosas al margen, son caballeros con la mente y con sus actos,
inspiran a la gente a comportarse como ellos. El espíritu de bandidos de muchos
de estos personajes que rondan los recintos más sagrados de nuestro pobre
Estado, es el mismo que vemos por las calles, en las tiendas, en los lugares
donde nos matamos a los gritos, y con cierta dosis de plomo, porque no sabemos
hablar.
Diego
Aristizabal.
http://www.elcolombiano.com/BancoConocimiento/R/respeteme_hp/respeteme_hp.asp
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