En 2015 hubo muchas señales de desaliento. Presenciamos la implosión del
Medio Oriente, con la expansión del Estado Islámico en la estela de la guerra
civil de Siria y en Irak.
Este proceso se reflejó también en Africa, donde Libia se hunde en el
desgobierno y los grupos radicales islámicos hacen del terrorismo una amenaza
cada vez más difundida. En Europa, asustada con las oleadas migratorias, crecen
los partidos xenófobos de ultraderecha.
Y en Estados Unidos, la resonante voz del empresario Donald Trump, uno de
los candidatos republicanos a la presidencia, pone en riesgo los ideales de los
padres fundadores del país, creado para ser la tierra de la libertad religiosa
y de la aceptación de la diversidad.
No obstante, no todo fue desánimo. La Conferencia del Clima, celebrada en
diciembre en París, da indicios de que gobiernos y empresas despertaron y
percibieron que el calentamiento global es un hecho. Podemos criticar el
acuerdo en uno u otro punto, pero da pasos concretos para la construcción de
una economía baja en carbono.
Al César lo que es del César: El gobierno brasileño, con la ministra del
ambiente Isabella Teixeira al frente, lo aceptó y empieza a ir al mismo paso en
materia climática.
Tampoco hay que desconocer que el acuerdo con Irán, alcanzado en julio,
representó un avance importante para contener la proliferación nuclear.
Occidente, que desde hace tiempo dialoga con China, deberá continuar las
negociaciones diplomáticas con los países musulmanes. Tendrá que reconocer los
intereses de Irán en el Medio Oriente y la presencia de Rusia en la región,
llevándola al diálogo diplomático e incluso al esfuerzo militar común.
Los vientos antipopulistas empezaron a soplar en América Latina. La derrota
de los candidatos del Partido Peronista en Argentina y, sobre todo, la
espectacular mayoría obtenida por la oposición democrática en Venezuela llenan
de ánimos a quienes no confunden el populismo con el progresismo. Uruguay y
Chile están gobernados por partidos “de izquierda” pero no populistas y a
ningún demócrata se le ocurriría apostarle a su derrota solo por esa
inclinación política.
Otra cosa es el autoritarismo seudonacionalista, que distribuye un ingreso
que no se sustenta en el tiempo y atropella reglas democráticas, cuando no
viola derechos humanos para perpetuarse en el poder. Ese es el caso, por
ejemplo, del “bolivarianismo” de Venezuela que, como una plancha, estaba y
todavía está clavada en el armazón institucional de la región. Ese populismo
empieza a deshacerse. Son señales prometedoras.
La confusión entre el populismo y las políticas “de izquierda” se basa en
un equívoco: que las medidas que propician una mejoría inmediata de las
condiciones de vida son progresistas, aunque no puedan mantenerse en el tiempo.
En cambio, se cree que son “de derecha” las disposiciones que impiden gastar
más de lo que se puede a costa de endeudamiento e insolvencia.
En realidad, el respeto al equilibrio presupuestal, el control de la
inflación y la no manipulación del tipo de cambio (sin austeridades eternas ni
monetarismos pasados de moda) son condiciones indispensables para el
crecimiento económico y la inclusión social. No son suficientes pero sí
indispensables para que se mantengan las políticas sociales. Al ignorarlos,
muchos proyectos supuestamente “en beneficio del pueblo” acaban en ruinas.
Mis votos para 2016 son para que esta brisa beneficiosa llegue al Brasil. Y
así como deseo que la onda represiva y antimigratoria que alcanza a Europa y el
populismo de derecha que asuela a Estados Unidos encuentren su límite, también
espero que los populismos disfrazados de progresismo den marcha atrás en
nuestra región.
Es difícil decir que el populismo es el traje institucional brasileño. Hay
líderes que de vez en cuando se disfrazan con ese vestuario, empero, a veces
tienen vinculaciones a la izquierda, a veces a la derecha, al centro o donde
quiera que haya más puntos en un hipotético espacio ideológico.
La figura que en la historia política brasileña reciente más se ha acercado
al modelo carismático, el expresidente Lula da Silva, no llegó a
institucionalizar el populismo.
Prevaleció en Brasil una mezcla de “progresismo”, atraso, corrupción,
nacionalismo, distribuismo, etcétera, con lazos empresariales no siempre
saludables. Pero nada comparable con la ideología populista del peronismo o del
bolivarianismo, que tienen fuertes rasgos de anticapitalismo y
antiamericanismo.
Entre nosotros se rehabilitó un híbrido de oportunismo tradicional,
clientelismo, corrupción e incompetencia, sin fórmulas ideológicas
consistentes.
También eso está por deshacerse. Los desastres económicos llevaron las
políticas del Partido de los Trabajadores (PT) a la imposibilidad práctica.
Estas no se limitaron a beneficiar a los pobres, lo que sería defendible, sino
que distribuyeron ventajas pecuniarias, a través del presupuesto o al margen de
este, a quienes menos las necesitaban. Resultado: Las finanzas públicas están
en situación de bancarrota.
Sin el encanto del populismo vigoroso y con las arcas vacías, ¿cómo
mantendrá su hegemonía el PT? Es imposible. En los últimos meses de 2015
asistimos al desmoronamiento de la “base aliada” y a la caída vertiginosa del
apoyo popular para el gobierno.
El desencuentro entre el ministerio de Hacienda, el gobierno y el Congreso
aceleró el desmoronamiento político. Robaron tanto para apoyar a los partidos
en el poder que suscitaron una reacción saludable e inédita. Algunas
instituciones del estado se revigorizaron. Vemos a la justicia, las procuradurías
e incluso a la policía federal tratando de extirpar a los que cometieron
“daños”. Como prevalecen las reglas de la democracia, no impera el miedo y los
medios de comunicación actúan con propiedad, informando lo que ocurre en los
gabinetes.
Hay señales de esperanza.
Comencemos 2016 con ánimos, imaginando que por el mejor medio disponible
(renuncia, recuperación del liderazgo presidencial en nuevas bases o, si es
inevitable, una orden de impugnación del mandato o anulación de las elecciones)
encontraremos los caminos de convergencia nacional, respetando la diversidad de
opiniones, propiciando una vida más decente para todos, con la recuperación del
crecimiento, el regreso del empleo y la reconstrucción de la política
republicana.
Fernando Henrique Cardoso
http://www.elcolombiano.com/opinion/columnistas/senales-de-preocupacion-y-esperanza-MX3404529